Habitar el ahora
Reflexiones sobre ansiedad y atención plena
Marcelo Bonavetti


Hoy en día, la forma en que se configura la vida diaria nos empuja —en muchos casos casi sin darnos cuenta— a vivir un paso por delante. Anticipamos, planificamos, proyectamos, y rara vez nos quedamos donde realmente estamos. Pensamos en inversiones futuras, en cómo asegurar la jubilación, en qué haremos el fin de semana o incluso en qué vamos a cenar esta noche. La mente, entrenada por el ritmo del entorno, se vuelve una máquina de “¿y después qué?”.
A veces siento que vivimos en una sociedad ansiosa. En un contexto donde los vídeos deben captar nuestra atención en los primeros tres segundos para que no deslicemos hacia el siguiente, donde lo inmediato tiene más valor que lo profundo, donde el estímulo rápido desplaza a la pausa. Poco a poco nos acostumbramos al placer de la inmediatez, y cuando la realidad no responde a ese ritmo —porque la vida, lo humano, lo emocional no funcionan a golpe de scroll— aparece la impaciencia, la frustración y, en muchos casos, la ansiedad.
Vivimos esperando resultados más que transitando el proceso. Queremos llegar antes de empezar. Queremos certezas en un mundo que, por naturaleza, es incierto. Y no es casual que uno de los grandes malestares de esta época sea, precisamente, la ansiedad: una mente alojada en el futuro, atrapada entre escenarios posibles, intentando resolver problemas que aún no existen o anticipar amenazas que, quizás nunca llegarán.
Aquí es donde el mindfulness cobra sentido. No como una moda o una técnica puntual, sino como un entrenamiento de la atención que nos ayuda a volver —una y otra vez— al único lugar donde la vida realmente ocurre: el presente.
El mindfulness nos invita a:
• Observar sin anticipar. Notar lo que está pasando en este momento, sin tener que resolverlo todo ahora.
• Pausar la velocidad interna. Hacer un pequeño alto para respirar, sentir el cuerpo y reconocer que estamos aquí.
• Relacionarnos de otra manera con nuestras preocupaciones. No eliminarlas por la fuerza, sino verlas como son: pensamientos, no predicciones.
• Recuperar la experiencia del camino. Volver a lo cotidiano, a lo simple, a lo sensorial, sin esperar que cada segundo sea extraordinario.
Practicar mindfulness no es dejar de planificar ni renunciar al futuro; es aprender a no perdernos en él. Es recuperar la posibilidad de habitar la vida mientras sucede.
Quizá la pregunta no sea cómo evitar la ansiedad por completo —algo que forma parte de nuestra biología y de nuestra época— sino cómo construir espacios de presencia en medio del ruido. Espacios donde podamos recordar que, aunque el mundo nos empuje hacia adelante, siempre tenemos la opción de volver a nosotros, de volver al ahora.
